"La alegría del pueblo”;
Garrincha
El
20 de enero de 1983 debía haber sido un día normal en Brasil. Un día de verano
como cualquier otro. No era fecha de carnaval ni había ningún desfile previsto.
Sin embargo; había miles de personas asomadas a los balcones, saturando los puentes,
subidas a las copas de los árboles, colapsando las calles…siguiendo a un camión
de bomberos.
No había
fuego que apagar. Ninguna emergencia que resolver. El camión había salido del
estadio de Maracaná, y llegaría hasta Pau Grande a un ritmo lento, pausado,
permitiendo que esas miles de personas que le rodeaban pudiesen seguirle para
despedirse. El camión de bomberos llevaba al que fuera “la alegría del pueblo”. Garrincha.
Zambo;
o sea, con los pies girados 80º hacia adentro, una pierna seis centímetros más
corta que la otra, la columna vertebral torcida…y fue el perfecto ejemplo del “jogo bonito”; improvisación, habilidad y
elegancia
“El
fútbol no hay que tomárselo muy seriamente”
Lo
curioso es que para él, el fútbol nunca fue lo más importante. Nacido en una
familia humilde en Pau Grande (Brasil) el 28 de octubre de 1933, Manoel Dos
Santos Garrincha (apodado así por su hermana cuando éste le llevó una tarde el
pajarillo que había cazado; “Es un
garrincha, es muy veloz pero no sirve para nada, como tú”) empezó a tocar
balón en el equipo de la fábrica de confecciones donde trabajaba. Con los años
probó, por probar como él decía, en
los clubes de Río. El Vasco le rechazó por no llevarse las botas, y del
Fluminense se marchó antes de que terminase la sesión para no perder el último
tren. Finalmente con 19 años lo intentó con el Botafogo. Y se quedó. Jugó 601
partidos y marcó 252 goles.
“Garrincha,
23 años, débil mental”
En
1958 Garrincha fue al Mundial de Suecia. El Maracanazo
de 1950 había provocado un efecto de miedo en la selección brasileña, que llegó
con una presión psicológica que necesitaba superar. Brasil venció 3-0 a Austria
y empató 0-0 con Inglaterra. Se jugaban el pase a la siguiente fase contra la
URSS, a la que lo jugadores temían. Y fue gracias a éstos que Garrincha salió a
jugar ese, su primer partido con la Canarinha. En los test psicológicos a lo
que fue sometido, como el resto de sus compañeros de equipo, sacó 38 de los 123
puntos necesarios. Sin embargo, los jugadores, encabezados por Nilton Santos,
Didí y Vavá, exigieron que jugasen él (“Lo
de Garrincha no tiene solución”, dijo el psicólogo al entrenador) y Pelé (“17 años. Pies planos”). Juntos hicieron
trizas a la defensa soviética. Desde entonces ambos siempre fueron titulares. Y
Brasil nunca perdió un partido cuando Pelé y Garrincha jugaron juntos.
Ese año,
1958, Brasil se proclamó campeona del Mundo por primera vez en su historia. Y
volvería a repetir esa misma hazaña 4 años después, en el Mundial de Chile 62. Éste
fue el mundial de Garrincha. Sin la ayuda de Pelé (lesionado en el primer
encuentro, y obligado a perderse el resto de la competición), Garrincha, que
fue declarado mejor jugador del mundo, consiguió revalidar el título de
campeona para Brasil.
Participó en
un Mundial más, Inglaterra 66, donde perdió su único partido con la selección. En
total disputó 60 partidos, de los que ganó 52, empató 7 y perdió 1.
Pelé y
Garrincha nunca fueron amigos, pero se admiraban mutuamente; “Era un futbolista
increíble, uno de los mejores que he visto en mi vida. Era capaz de hacer cosas
con el balón que ningún otro jugador podía hacer. Sin Garrincha, yo nunca me
habría convertido en tricampeón del mundo”.
Palabra de O’ Rey.
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El que es
considerado mejor punta derecha y mejor regateador de todos los tiempos, y que
actualmente ocupa el 8º lugar en el ranking Mejor futbolista del siglo,
publicada por la Federación
Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (IFFHS) en
2004, hizo delicias con su juego hasta los 29 años, cuando tuvo que operarse de
los dos meniscos y todo acabó.
“Los
jugadores de fútbol no somos más que payasos. Salimos al campo a divertir”.
Garrincha
llevó una vida de excesos; adicto al tabaco desde los 10 años, se casó 3 veces
y tuvo 14 hijos reconocidos. Murió a los 49 años; solo, pobre y destruido por
el alcohol.
El día de su
funeral, cuando ese camión de bomberos llegó finalmente a Pau Grande, esas
miles de personas le dieron su último adiós al “ángel de las piernas torcidas”.
Su epitafio: “Aquí descansa en paz
el hombre que fue la alegría del pueblo, Mané Garrincha”.
Hoy su tumba
ha sido olvidada, como él en vida, cuando no estaba en el campo.